La adopción de acuerdos globales clave como la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible - incluyendo los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) - adoptada en 2015 y la Nueva Agenda Urbana en 2016, el Pacto de París por el Cambio Climático y el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015 - 2030 han impulsado a los gobiernos nacionales, subnacionales y locales a desarrollar estrategias y políticas destinadas a lograr un desarrollo urbano más inclusivo y sostenible.
En el contexto de un mundo cada vez más urbanizado, la última década ha sido testigo de un creciente reconocimiento de los vínculos entre una buena urbanización y el desarrollo sostenible. Por ello el programa de trabajo de Naciones Unidas que cubre el periodo 2015-2030 pone de manifiesto la necesidad de elaborar agendas o estrategias que incorporen todos los grandes temas de debate a nivel internacional, que tienen que ver con el desarrollo urbano sostenible: el cambio climático, la lucha contra la pobreza, la innovación para abordar los retos de la sociedad contemporánea, la cohesión social, etc.
Como es sabido, el reconocimiento de la contribución de una buena urbanización para lograr el desarrollo sostenible culminó con la histórica adopción de la Nueva Agenda Urbana en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Vivienda y Desarrollo Urbano Sostenible (Habitat III) en Quito, Ecuador, en octubre de 2016. Esta Agenda Urbana reafirma una noción positiva de las ciudades, demostrando que, si se planifican y gestionan bien, pueden ser una fuerza transformadora para la prosperidad y el bienestar inclusivos, al tiempo que proteger el medio ambiente y abordar el cambio climático. En otras palabras, la implementación de la Agenda Urbana localizará y acelerará el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Algunos acontecimientos recientes e imprevisibles han supuesto un claro contratiempo en el proceso de implementación de estos acuerdos globales. La pandemia de COVID-19 y la guerra de Ucrania han tenido y siguen teniendo, todavía, un impacto a nivel global que se deja sentir en crisis alimentarias, crisis energéticas y crisis económicas, que han venido a sumarse a los desafíos que ya plantea el cambio climático.
Al igual que la pandemia ha resaltado los déficits de las ciudades del siglo XX, de sus viviendas y de la distribución del trabajo, generando cambios profundos, aunque lentos en su materialización, la crisis energética surgida en el año 2022 debería ser un punto de inflexión para generar cambios duraderos en una transición más rápida hacia sistemas energéticos sostenibles y ecológicos.
La subida de los precios del gas, de la luz y del combustible, han provocado un aumento generalizado de los precios que se ha trasladado a los hogares y ha convertido la inflación en una de las principales preocupaciones de las economías globales, agravando aún más las desigualdades, y afectando de manera desproporcionada a las familias con ingresos más bajos, que viven en hogares menos eficientes energéticamente. Igual preocupación plantea la subida de los precios de los alimentos, cuyos costes siguen en máximos.
La implementación de
la Nueva Agenda Urbana localizará y acelerará el logro de los
Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Esta acumulación de crisis amenaza con socavar los esfuerzos que ya se estaban realizando, a todos los niveles, para abordar los riesgos del más largo plazo y también generan amenazas interconectadas como la recesión, el sobreendeudamiento, el desempleo, o la polarización social.
Para las ciudades, que albergan a más del 50 % de la población mundial, y a más del 80% en España, no es diferente. Entre los desafíos continuados globales, las ciudades deben responder, directamente y, además, a demandas como la vivienda asequible, la necesidad de proporcionar medios de vida, la adaptación al cambio climático, la accesibilidad de la movilidad y la equidad.
En la actualidad, las políticas y estrategias globales que durante estos últimos tres años parecían ineficientes, parecen recuperar fuerza de manera progresiva y se están logrando avances, aunque no a la velocidad ni en la escala necesarias.
El desafío de alcanzar ciudades y sociedades más resilientes, y que sean capaces de enfrentar los retos ya conocidos, además de los nuevos que nos esperan, dependerá en gran medida de la forma en que se diseñe, planifique y, sobre todo, se gestione el proceso de recuperación de estas crisis.